miércoles, 30 de septiembre de 2015

Después del verano siempre llega el otoño....de momento.





 











Algo que resulta tan obvio por habitual se convierte en intrascendente, un cambio lento pero inexorable se deja sentir poco a poco, así que permitirme hoy hablaros de metas y cambios trascendentes pues de eso va mi escrito.
Hace poco menos de dos años volví a desempolvar viejas ilusiones y nuevamente me vi inmerso entre sudores y olvidaos esfuerzos practicando deporte, después de un largo paréntesis de más de diez de nuevo estaba dándole a los pedales por la montaña a lomos de una bicicleta.
Desde ese día no tan lejano hasta este mismo momento en el cual estoy escribiendo este artículo sentado delante del ordenador, he ido desarrollando una particular forma de ver esta maravillosa actividad que ahora reconozco me ha atenazado con sus poderosas garras.
Cuando ilusionado como un niño fui a comprar aquella Zeus de segunda mano tan inmaculada y tan clásica como yo, en mi interior sabía que ya era mía, ¿que mas daba la talla, el color, o su antigüedad? si ya tenía mi pasaporte a la aventura, nuestro idilio estaba más que cantado.
Y así fue, de manera tímida al principio íbamos juntos quemando etapas, nuestros primeros 17 kilómetros y la Bestia Negra en El Campello nos desfondaron durante nuestro estreno, pero esto no podía ser así de duro teníamos que ser pacientes. 
Comenzaron poco a poco a caer sin prisas pero tampoco sin descanso  rutas mucho más largas por lugares desconocidos hasta ese momento por mí, el mágico Cabeçó d'Or, las sierras agrestes y áridas cercanas a Alacant.
Llegaron las primeras distancias ya considerables, mis primeros cincuenta kilómetros al saco, cada salida un nuevo pequeño paso, mi primer dispositivo GPS sujeto al manillar, entenderlo y sacarle partido fue otro gran momento.
El virus de la bicicleta de montaña ya estaba en mi sangre y yo cual "zombi" de serie B parecía infectado para siempre.
También llego a pesar de mi innata prudencia el primer gran batacazo, fue en el Sabinar y todavía hoy si cierro los ojos puedo ver alguna estrella luminosa en mi particular galaxia del dolor.
A pesar de los traspiés seguían cocinándose en mi inquieta mente nuevos retos, salir acompañado fue uno de ellos, reconfortante experiencia a pesar de que mi espíritu siempre pide soledad y tiempo para digerir sensaciones y paisajes.
Dobles cambios asaltaron mi precaria armonía, aparcada que no olvidada quedó mi fiel Zeus, nuevos paisajes desbordaron mis retinas con otros colores, el rojo y el verde intenso señales características de una tierra rica en contrastes, también me hice con una nueva y más avezada compañera de aventuras.
Los retos crecían poco a poco casi sin darme cuenta, más distancias, más dureza, mas metros de ascensión acumulados, escalones de bajada prohibidos en el pasado ahora los descendía con cierta cotidianidad y sobre todo más descubrimientos, muchos más.
Tener el privilegio de seguir disfrutando de paisajes imponentes que te hacen darte cuenta de tú insignificancia porque ellos impertérritos siempre estuvieron ahí. 
Conocer nuevos compañeros de ruta haciendo añicos poco a poco ese ermitaño que llevo dentro, nuevos proyectos y nuevos retos que están por llegar, esperando ver la luz al final del túnel a esas impertinentes pero constantes dolencias físicas que me acompañan día sí, día no desde hace ya dos largos años.
Y amigos estoy seguro que llegará otro caluroso verano y después de manera obligada como no, otro colorido otoño.
Yo mientras seguiré a lomos de mi nueva y también veterana compañera buscando nuevos retos, nuevos lugares, así será mientras la energía que me coloco en este mundo quiera que ocurra, nos vemos por los caminos.

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